“¿Qué pasa con lo mío?”
Una reflexión sobre la justicia y la paciencia que exige confiar en ella.
Los abogados tenemos interiorizado, en nuestro día a día, la pregunta inevitable: “¿Qué pasa con lo mío?”. La pronuncian los clientes con preocupación, a veces, con frustración, otras con desesperación, y siempre con la esperanza de que alguien pueda darles una respuesta rápida y concreta.
Ojala tuviéramos ese súper poder. Sin embargo, la justicia no suele moverse al ritmo que desearíamos, ni los abogados, ni los que acuden a ella en busca de soluciones.
Los procedimientos judiciales son largos, están llenos de trámites, plazos, notificaciones…etc, pero también de garantías que buscan algo más importante que la rapidez: la corrección y la seguridad jurídica. El abogado, que actúa como puente entre el ciudadano y el sistema judicial, lo sabe bien y muchas veces debe asumir el papel menos agradecido de explicar por qué “aún no hay noticias”.
Detrás de cada demora suele haber un motivo: la carga de trabajo de los juzgados, la necesidad de respetar el derecho de defensa, la revisión minuciosa de cada escrito o el simple colapso administrativo. Pero para quien espera una resolución, todo eso suena lejano o incluso a excusa. Lo que se pesa es la incertidumbre.
Por eso, cuando alguien me pregunta “¿qué pasa con lo mío?”, en realidad está pidiendo tranquilidad más que información. Y ahí es donde los abogados tenemos una función que va más allá del Derecho: acompañar, traducir el lenguaje judicial a un lenguaje coloquial, más cercano, y mantener viva la confianza de quien ha puesto en sus manos algo tan importante como la defensa de sus derechos.
La justicia es lenta, sí, pero también es la garantía de que las decisiones no se toman a la ligera. Y aunque el tiempo judicial no siempre coincida con el tiempo vital de las personas, el compromiso del abogado debe ser hacer ese camino un poco más comprensible y, sobre todo, más humano.
María José Esteban.
Abogada.